El hundimiento

Primero se manifiesta tan sólo como un breve vibrar, tan leve e imperceptible como un susurro. Nadie lo advierte. Mas, tras ello, de forma continuada y progresiva, le acompaña un retumbar agresivo e incandescente que amenaza, de improviso, a los nobles comensales de la cena en el majestuoso Salón Imperial. La inquietud inicial da paso a la incredulidad, la cual no tarda en engendrar nervios, pánico, estupor.
Un cristal estalla en mil pedazos.
Voces, carreras, griteríos. Avalanchas y descontrol. La guardia, apresuradamente, hace acto de presencia en una acción puramente simbólica. No ha habido ensayo. No hay posible actuación.
Un pedazo de techo se desprende alcanzando al rey. Decapitación. Su corona cae y se pierde entre el tumulto.
Fuego. Gente que intenta huir. Gente atrapada. Cadáveres pisoteados. Algunos, aún parecen respirar.
Caos. Lanzas invisibles atraviesan los frágiles cuerpos que aún anhelan su salvación. El enemigo es omnipresente. No hay oportunidad siquiera de luchar. E igualmente inútil resulta la rendición. El asedio es breve; al poco tiempo todo resulta arrasado. El castillo se desmorona, descomponiéndose y llevándose consigo torres, princesas y dragones, lámparas mágicas y espejos malditos. En su lugar ya sólo quedan escombros, mugre, devastación. Un mundo entero se desvanece bajo la sombra. No hay vuelta atrás. Una pluma ha dictaminado su destrucción.
By CORSSO

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