El mendigo

Hacía tiempo que Mark no viajaba, a pesar de que era una de sus mayores aficiones.

Llevaba una vida, un tanto ajetreada, en la que una compleja combinación entre su trabajo, algún que otro trabajo de los que solía llamar “extracurriculares” y las ambiciosas exigencias de su novia para con su tiempo libre, le exprimían hasta tal punto, que llegaba a considerar en ocasiones (de forma completamente errónea), que sus aficiones eran un lujo y que el ser humano no podía permitirse ese tipo de lujos muy a menudo.

Aquellos 3 días, aprovechando una visita de su novia a sus familiares del pueblo, decidió dedicarse a sí mismo y darse un pequeño homenaje: la carretera, su coche y él. Cogió algunos mapas y antes de salir de casa, esbozó una ruta de lugares que no había tenido la posibilidad de visitar.

Empezó el viaje muy ilusionado, se sentía ciertamente intrépido, como si estuviera haciendo alguna hazaña. Sin embargo a medida que iba haciendo camino en solitario, sus fantasmas regresaron y volvió a pensar en su vida, en su situación. A las dos horas de iniciar el trayecto, comenzó a desanimarse progresivamente. Empezó a pensar en lo que se había convertido su vida y en que a sus 35 años, no vivía, ni de lejos, la vida tal y como la había previsto, tal y como la había soñado. Empezó a deprimirse.

Hasta hacía pocos años (los famosos veinti-tantos), era una persona muy dinámica, emprendedora, incluso la gente le solía decir de él que un poco hiperactivo (aunque él nunca creyó que lo fuera, simplemente necesitaba terminar cada día, cuantas cosas tuviera en mente hacer, eso le hacía sentirse bien, sentirse vivo). Tenía un carácter impactante, no era una persona dura o combativa y sin embargo, la gente le respetaba. Era apreciado por sus amigos, caía bien a casi todo el mundo y era muy muy divertido. Y sobre todas las cosas, era una persona increíblemente optimista, algo que era capaz de transmitir a cuantos le rodeaban, se podría decir que era un optimismo casi contagioso.

Poco a poco, eso fue cambiando. En el trabajo (aquél en el que llevaba desde los 22 años, casi recién terminada la carrera) estaba asentado, dejó de luchar y pasó a conformarse con una cómoda estabilidad. Tras varios años de relación con su novia, él fue cediendo terreno (a pesar de que ambos tenían bastante carácter al principio), hasta que llegó a convertirse en un mero compañero en su relación, sin impulso, sin iniciativa. Se desconectó de su familia (cada vez le costaba más soportar las tediosas conversaciones de sobremesa, esa eterna sobremesa familiar) y a penas si hablaba con ellos por teléfono y de vez en cuando comía con sus padres, todo, por evitar las molestas discusiones de antaño. Y adornando todo eso, fue perdiendo una gran parte de su personalidad, haciéndose más callado, menos divertido, más pesimista…

Mientras andaba meditando sobre todo esto, sonó un seco estallido y el vehículo se desequilibró, la dirección dejó de responder a sus movimientos de volante con la misma precisión que lo hacía hasta ese momento, empezó a dar bandazos y a penas se mantenía en el camino por el que circulaba. Mark estaba muy nervioso, no sabía como controlar aquella situación, comenzó a frenar como pudo mientras mantenía el vehículo lo más estable que podía. Se acercaba a una curva y no conseguía detener el coche, probablemente había reventado una rueda y no conseguía controlarlo.

Justo antes de esa curva, le alertó la figura de un hombre que estaba sentado en la cuneta, cabizbajo y con ropa un tanto andrajosa. El hombre, para su sorpresa, levantó ligeramente la cabeza, casi sin inmutarse, y la volvió a agachar.

El vehículo, empezó a reducir su velocidad milagrosamente, hasta que finalmente se detuvo, muy cerca del hombre de la cuneta.

Sin despegarse del volante, donde mantenía con fuerza sus manos, prácticamente pegadas a él; miró por la luna delantera y vió desde allí a aquel hombrecillo que no se había movido ni un ápice de su posición inicial. El corazón de Mark latía ahora con fuerza, respiró hondo y esperó unos segundos para tranquilizarse. Cuando lo hubo conseguido, bajó del coche y se dirigió hacia el hombre de la cuneta para interesarse por su estado.

- Disculpe… ¿se encuentra usted bien? Siento si le he asustado, pero parece que reventé un neumático y perdí completamente el control del vehículo. Pensaba que no conseguiría detenerlo.

Con total parsimonia, el hombre de la cuneta, levantó la cabeza para mirarlo, lo examinó de arriba a abajo y mostró una amplia sonrisa.

- Imagino que se dirije a mi.

Mark, confundido, respondió:

- Sí, claro que es a usted, aquí no hay nadie más que nosotros en kilómetros a la redonda… – gesticuló con las manos señalando a su alrededor.

- Bueno, eso no es del todo cierto. En realidad, nunca estamos solos, lo que pasa es que nos puede dar esa falsa sensación. No obstante, sin tener en cuenta este error, en respuesta a su pregunta; no estoy asustado, ¿por qué debería estarlo?

- ¡Que porqué debería estarlo!

- Sí, eso he dicho exactamente – contestó el hombrecillo con tranquilidad.

Mark no daba crédito, por un instante imaginó que no había sobrevivido al accidente y aquello se tartaba de algún tipo de broma macabra de ultratumba.

- Normalmente, cuando alguien está a punto de ser atropellado y morir bajo las ruedas de un coche que ha perdido el control, suele sufrir un ataque de nervios, miedo o algo similar. A mi me ocurriría sin duda.

- Sí, tiene razón. Pero eso ocurre porque se preocupan por cosas que no han ocurrido, invierten demasiados esfuerzos en lamentarse, asustarse y prepararse para cuando esas cosas sucedan. En realidad se invierte el 80% del tiempo en pensar en cosas y situaciones que no van a ocurrir nunca y aunque así fuera, yo me pregunto: ¿De qué sirve prepararse para recibir a la muerte instantes antes de morir? ¿Es que eso va a solucionar o mejorar la situación?

Por más que mirara a aquel hombrecillo, Mark era incapaz de comprender como en un recipiente tan pequeño, tan débil se podía albergar tal determinación y defenderla con la más locuaz de las dialécticas, pero así era.

Desistió de defender durante más tiempo su postura porque la carencia absoluta de miedo de su interlocutor era digna de los valientes o de los incautos y contra eso no se podía luchar. Sin embrago… de alguna forma, tenía razón.

- ¿Sabe lo que le digo? Quizá tenga toda la razón, no hay porque preocuparse porque en realidad no ha ocurrido nada. He sentido miedo, pensando a cada instante en lo que creía que iba a suceder en el siguiente instante, así uno tras otro y al final no ha sucedido nada preocupante.

- ¡Je, je, je! Veo que empiezas a comprender que eres tú mismo el origen de tus miedos, de tus problemas y por tanto de tu estado de ánimo. Contrólalos y aprenderás a controlar tu estado de ánimo y con ello aprenderás a ser feliz (que no es más que un estado de ánimo).

Tras aquellas palabras, Mark se quedó meditando mientras iba al coche para sacar los papeles del seguro y llamar a la compañía para que mandaran un servicio de asistencia en viajes. Al volver a la cuneta para hablar con el hombrecillo y agradecerle sus palabras,  éste había desaparecido.

Llegó la grúa, remolcó el vehículo y Mark volvió a casa.

Pasaron tres o cuatro años de su personal Odisea. Desde aquél día, decidió cambiar su vida y tomar cuantas medidas fueran necesarias para conseguirlo. Se despidió de su trabajo de oficina y empezó a trabajar en algo relacionado con uno de sus hobbies de siempre: el montaje de audio/video en una empresa joven de producción audiovisual, si bien no ganaba tanto como en su trabajo, le compensaba, con mucho, la gran creatividad de la que tenía que hacer uso en el día a día. Su relación sentimental dio un giro completo, habló con su pareja de sus miedos, sus inquietudes, incluso sus quejas (todo aquello que no había sido capaz de decirle en mucho tiempo, lo puso sobre la mesa); ante su sorpresa, su novia tenía otras tantas cosas que tratar con él y estaba muy receptiva. Poco a poco, fueron cambiando sus rutinas y todo empezó a rodar de nuevo, como en el pasado, pero ya en punto de sus vidas en el que ambos eran dos adultos. Con todos esos cambios, sus nuevas metas y sus logros progresivos, Mark ganó en optimismo día a día, sus ganas de vivir y su actitud ante la vida cambió radicalmente y volvió a ser feliz.

Jamás volvió a saber del mendigo de la cuneta, pero su huella se hizo imborrable, le marcó para siempre. Aquél hombre, en apenas un par de horas y con unas cuantas palabras, gracias a su actitud firme le había mostrado el camino de la felicidad. Aún hoy, Mark recuerda en ocasiones, esa historia que nunca ha confesado a nadie y que siempre le arrebata una sonrisa de agradecimiento a aquella mano invisible que le tendió el mendigo y que cambió su vida.

By JH

9 thoughts on “El mendigo

  1. Por dios, sigue con este texto!!!
    No se porque pero parece que promete y se va a poner interesante.

    animo y adelante

  2. De visita en tu antiguo blog, vine a conocer tu sitio, al que encuentro bastante novedoso y cargado de creatividad. Esperare a que algunos sitios sean activados, pues me resulta interesantisimo.

    un abrazo y mil saludos.

  3. Me ha encantado esta aleccionadora historia…

    Con tu permiso, junto a esta dirección y la autoría, la pondré en mi blog. Merece la pena ser leída y conocida por cuantas más personas mejor.

    ¡Cuantas veces confundimos lo importante y lo vamos dejando…!

    Acabando tan sin guerza y desganados, como zombis por la vida.

    Gracias,

    AdA…

  4. ADA, tienes mi permiso. Como siempre se agradecen los comentarios de los lectores, por vosotros seguimos adelante aunque sea muy lentamente.
    Saludos

  5. Muy agradecida, Juan…

    Y es así, el estímulo de los lecotres es un ingrediente muy preciado, algo así como la sal y pimienta de los guisos.

    Oye, que leí lo de la esfera mágica, pero claro no pude acceder… ¿Necesitáis algún contribuyente más, o ya se terminó el proyecto? yo, estaría dispuesta a intentarlo. Me gusta escribir, si entras a mi blog, a la izquierda tengo el link de otro, aquiarturo, se llama, que es una “novelilla” que empecé hace un tiempo… Te lo comento, porque así tendrás oportunidad para saber si te gustaría que alguien como yo, jeje, “meta el pie” en vuestro proyecto de la esfera mágica.

    Y, por supuesto, vale que no te guste nada “mi estilo” y no me des acceso… Ten en cuenta que como no sé donde vives, no corres peligro alguno jeje

    Saludos

  6. Por cierto ADA, lo de esfera magica esta congelado por el momento, y por supuesto contaremos contigo, cuando se reactive.
    gracias
    un abrazo

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